martes, 21 de agosto de 2007

¿On toy, quén jijos me trajo aquí? (La eterna pregunta)



Un día despiertas y resulta que eres capaz de razonar sobre tu entorno, no sé cuándo ni cómo pasa, pero pasa. Aunque siempre hay excepciones a la regla, hay quienes nunca se enteran.

Yo creo que antes de nacer sólo somos entes sin forma, como un suspiro, flotando ahí, donde flotan los suspiros, y de pronto ¡Pumba! Abres los ojos y hay muchos ojos mirándote, ojos de perros, de osos, de ballenas, de hormigas y un largo etcétera, todo depende de la familia que te haya tocado y, por supuesto, la especie a la que esa familia pertenezca. Algunos de esos ojos no los verás más después de la primera vez, sobre todo si eres humano de los llamados occidentales, sin importar la denominación del mundo en el que habites, ni el número que éste ocupe en el escalafón de mundos: 1º, 2º, 3º, etc. Normalmente, cuando llegas, al primero que ves es un desconocido o desconocida, por lo que deduzco que el famoso trauma de nacimiento tiene más que ver con la mirada del que te recibe que con otra cosa, porque, a esta mirada, le importa poco menos que un pepino lo que será de ti a partir de ese momento. La segunda mirada es la de tu madre, pero tu madre está tan madreada por el parto, que en ocasiones confundes los ojos cansados con una mirada de autocompasión; cuando esto sucede, el trauma de nacimiento se agrava. Después viene tu padre y etc. Cuando estás empezando a aceptar a mamá y a papá, ¡toma!, aparecen los hermanos, con trauma de nacimiento incluido. Si los hermanos son pequeños irás perdiendo poco a poco una serie de derechos de los cuales gozabas hasta su llegada. Si eres pequeño estarás destinado a las sobras. Hasta que un día te despiertas y dices ¡Basta ya!, al menos lo piensas, y te preguntas por qué tienes que compartir tu habitación con un tío que se tira pedos hediondos, que se mea en la cama y que, además, no puede dormir con la luz apagada. Por qué tienes que esperar en la puerta del baño a una tía que utiliza el lugar como un espacio de esparcimiento que va más allá de una caca o una ducha. Es así, y ya no cambiará hasta que la casa se vaya quedando vacía. Sólo que el día de marchar de casa está aún muy lejano, para muchos no llega, a pesar de las insinuaciones, nunca. Del tipo que se pedorrea en la habitación, sólo sabes que es tu hermano y que su mayor ilusión es ser policía. De nada sirve que le digas algo, sus absurdos seis años y el trauma de nacimiento sin superar siempre serán más fuertes que cualquier razón o palabra soez. Sin embargo, te cuestionas la actitud de tu padre que, llamando a los policías ladrones, anime al sujeto en cuestión a seguir adelante con su estúpida idea. De pronto, tu madre te dice que te pareces al tío Lucas. Lo primero que pasa por la cabeza es: ¿¿quién?? Mientras la mamá saca una fotografía amarillenta, la mira un momento y grita: igualito. Cuando miras la fotografía, te rascas la cabeza y vuelves al plato de las tortas de carne, que no puedes terminar porque no es la receta que mejor le sale a tu madre, y está frío.

Muchas noches te acuestas con preguntas nuevas sobre qué es la familia o quiénes son esos de afuera. Papá, mamá, hermano y hermana, más otra que viene. El idiota de hermano, dice que viene de París, hermana grita: ¡pero tú eres tonto! Papá y mamá se miran sin decir nada, te rascas la cabeza y haces otro intento por darle la milanesa al perro. La familia crece y ya no da para carne de primera. Una frase que se repetirá con muchos más artículos, con la llegada de pequeña, que tendrá un trauma de nacimiento más grande porque habrá más miradas desconocidas. El primero en sufrir el cambio es el perro, que era tu mejor amigo mucho antes de que llegara hermana. Su menú se reduce a tortillas o pan, con caldo de cubito y algunos huesos que el carnicero le da un par de veces a la semana. Cambia la atención y aquí el que sufre es hermano, por lo que su trauma de nacimiento durará más, mucho más. Ahora es hermana la que sufre la invasión de su espacio. A pesar de que piensas que la experiencia te ayudará, todo es nuevo: se reducen los espacios, chocan las ideas, te toca menos rosca de reyes, además, no te toca regalo. Entonces cuestionas el asunto ese de tener lo hijos que Dios te mande, cómo los manda sin su parte del pastel, te quejas para ti.

Un día te levantas y dices: me voy. Te mudas a otro barrio, no lejos de la casa a la que llamas “casa de mis padres”. Un año después, ante las constantes visitas de la familia, te mudas a un barrio más lejano, pero hermana ya tiene novio y novio tiene coche. Dos años después te mudas de ciudad, tres años más tarde vives en un pueblo y, pasados cinco años, te cambias de país. El contacto con la familia se reduce a llamadas telefónicas de no más de tres minutos con un patrón de conversación:
-Hola, ¿cómo estás?
-Bien y tú.
-Bien, qué tal por allá.
-Por acá bien y por allá.
-Por acá bien también, bueno, lloviendo, pero es tiempo.
-Ah, qué bien, ¿vas a venir a la boda de pequeña?
-No creo, lo tengo difícil.
-Ojalá puedas, le hace mucha ilusión.
-Sí, lo intentaré.
-Hermano compró coche.
-¿Ya se fue?
-No, no tiene dinero para el alquiler y yo creo que ahora con lo del coche pues menos.
-Ah, y qué dice papá.
-Ya sabes.
-Ah, bueno me tengo que ir, un beso.
-Cuídate, que Dios te bendiga.
Al colgar piensas: que te bendiga a ti, y empiezas a buscar pretextos para no ir. Muchas conversaciones después, mientras piensas en volver de visita, recibes una llamada:
-Hola, ¿cómo estás?
-Papá ha muerto.
-Hola, hola, ¿estás ahí?
-Sí, estoy aquí, salgo para allá esta noche.
Vuelves a la casa donde un día llegaste hace años, el sillón retapizado en el salón y el espantoso bodegón sobre el viejo mueble del comedor. En la que fue tu habitación, dos camas, una sin sábanas y otra sin hacer y con el colchón lleno de restos de pan. Al regresar del entierro, antes de dormir, hermano comenta: no has cambiado nada. Te rascas la cabeza y giras hacia la pared, mientras te cubres con la sábana limpia que dejó mamá sobre la cama. Al día siguiente abres los ojos, miras al techo donde tantas veces dejaste más que ideas y preguntas. Piensas si papá estará ahí, donde flotan los suspiros, en espera de una nueva mirada y un nuevo trauma de nacimiento. Al volver del pensamiento te preguntas: ¿on toy, quén jijos me trajo aquí?

1 comentario:

Unknown dijo...

Cierto, muy cierto...
Decía el buen Cesare Pavese:
"Que no conseguiremos nunca 'establecernos' en el mundo (un trabajo, una normalidad): eso está claro."
Cierto, muy cierto...
S.