lunes, 23 de julio de 2007

Tres bolas y dos strikes, cuenta llena. Papá al bat


Mi padre estará jugando
el juego de las estrellas.

Mi padre murió hace treinta y cuatro años, un 23 de julio. Un mes antes de su muerte me llevó al partido de béisbol, era un gran aficionado, siempre que jugaban los Diablos Rojos del México íbamos al parque. Nunca pagamos entrada para ver los partidos, todo el mundo conocía a mi padre, ahí paso parte de su infancia y su juventud; primero como jugador y luego como aficionado. Nos sentábamos justo arriba de la caseta de los jugadores, a los que papá también conocía, no había una noche que no volviera a casa con una pelota firmada por algún jugador. Mi padre jugaba a cara o cruz con el don de los tacos, a veces ganaba y a veces perdía, pero siempre cenábamos tacos y mundet de manzana entre la cuarta y la quinta entrada del partido. “Ecole cua”, le decía al taquero, al tiempo que le estrechaba la mano. Órale mi gordo, le respondía el don. Los partidos empezaban a las siete y media de la tarde, la hora mágica del béisbol, así que regresábamos a casa después de las diez, casi siempre me quedaba dormido en el trayecto. Aquella noche, no sólo no dormí camino a casa, aquella noche no pude dormir. En la radio sonaba Mi viejo, de Piero, sin mirarme y mientras yo fijaba los ojos en él, mi padre me pidió que el día de su muerte le cantara esa canción. Un mes después encontré las respuestas a las miles de preguntas que me robaron el sueño aquella noche. Tras su muerte deje de ir a los partidos, volví al parque de béisbol tres años más tarde y no pagué entrada, tampoco cené tacos y el Diablo Montoya, jardinero central del equipo campeón de la temporada 1976, me regaló una pelota firmada. No pude cantar la canción hasta muchos años después, no podía ver a mi padre como un viejo, tenía treinta y tres años. Cuando supe que Viejo era para Piero lo que Papá para mí, canté la canción, porque sí que era un buen tipo mi viejo, que llevaba el dolor adentro. Se fue con el día, me dijo mi madre tiempo después, a las siete treinta de la noche.
La hora mágica del béisbol.

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