domingo, 11 de abril de 2010

Entre tamborazos y clastañásicos


Llevo nueve años viviendo la Semana Santa en España y aún no logro entender el fervor con el que sevillanos, granadinos, salmantinos, madrileños, vallisoletanos, etc., la viven. Eso que vengo de una familia en donde al menos mi madre y un hermano son ultras (católicos, claro). Conozco, casi desde que tengo uso de razón, el motivo que da origen a la conmemoración; no obstante, de niño lo relacionaba más con las vacaciones que con la muerte y resurrección de Jesús. Confieso que nunca he hecho nada por averiguar algo sobre Semana Santa en España; lo poco que sé me lo han explicado amigos granadinos y salmantinos que, sin ser cofrades, la viven también con fervor. He intentado vivirla, por lo menos de forma parecida a mis amigos, pero no he podido. Apenas empiezan los tamborazos y aparecen por la esquina las enormes tallas de vírgenes y cristos, precedidas por largas filas de encapuchados al estilo kukluxklan o verdugos de inquisición, y tiemblo. Muchas de las representaciones que salen a la calle despiertan en mi memoria las imágenes de la iglesia donde solían mis padres llevarnos los domingos. La carne se me pone de gallina y vuelve el recuerdo del miedo que me helaba la sangre al pensar que cualquier mañana de aquel verano del 68 despertaría en el infierno o, por lo menos, en el purgatorio. Tengo entonces que volver a casa y pensar en no salir más hasta que todo termine. Sin embargo, ya en casa, la televisión nos bombardea con todos los clastañásicos* de la época: Ben Hur, Los diez mandamientos, Jesús de Nazareth, Rey de Reyes, Espartaco, etc… En todos los periódicos sale el pastor alemán y varios de sus secuaces adornados con el ya clásico gorro de misil, así que no hay manera de escapar. Entonces me refugio en Comala. Así desde hace nueve años.

*Clastañásico: Dícese de las películas que han soportado el paso del tiempo pero que nunca han dejado de ser un castañazo (termino no aceptado por la RAE)

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