miércoles, 14 de febrero de 2007

Con la torta bajo el brazo


Este hedor me va a matar de asco, si no me da antes alguna rara infección por la humedad. Mucha gente me ha dicho que todos los niños, cuando nacen, traen una torta bajo el brazo; de ser esto verdad, estoy seguro de que el mío se la comió por el camino. Nació en uno de esos días que los esotéricos llaman mágicos, aunque la magia tiene dos caras, martes y trece. Ese día tuve que pedir un préstamo en la compañía para hacer frente a los gastos que se llegaban: los puros o chocolates, dependiendo el sexo, las flores para mi mujer, el champán para la familia y la borrachera con los compañeros de trabajo, sin contar el excedente del hospital, porque mi suegra decidió que su hija tuviera una habitación privada.

Fue niño, dijo la enfermera al salir de la sala de parto, y los dos están muy bien. ¿Cuánto pesó?, preguntó mi suegra. Tres kilos ochocientos gramos, respondió la enfermera, mientras mi suegro me daba un abrazo tan fuerte que me dejó, por unos segundos, suspendido en el aire sin poder respirar. Será mejor que vuelvan mañana, sugirió la enfermera, la señora está muy cansada y al niño lo vamos a checar y a limpiar. ¿Podemos verlo sólo un momento?, preguntó de nuevo mi suegra. Abriré la cortina de la sala de trabajo un ratito, dijo la enfermera. ¡Es igualito a Rosa!, gritó apenas abrieron la cortina. Yo en realidad no le encontré parecido con nadie, o más bien con todos los bebés que había visto antes en la sección de cunas, tal vez también un poco a mi suegro, por las arrugas. Llorando comienza la vida y llorando se acaba. Voy a tratar de conseguir unos puros, me disculpé a la salida del hospital, para no tener que oír en la cena, al menos por esa noche, las historias de mi suegra sobre Rosa cuando era pequeña, además de tragarme los cuatro albumes de fotografías retocadas. Decidí comprar puros baratos para la cerdada y caros para los jefes, pero al llegar al centro de la ciudad, que es donde están los mejores precios, encontré los estancos cerrados. Pensé entonces que lo mejor sería cenar y dormir. Pasé a la taquería donde suelo parar antes de llegar a casa, muchas veces cenaba ahí, observando los autos pasar mientras degustaba con singular alegría cinco tacos de suadero. Por alguna extraña razón, esa noche pedí los tacos para llevar, sin saber que esa decisión me traería aquí.

Llegué a casa, la hora se notaba en lo vacío y silencioso de la calle. Coloqué una bolsa de plástico con seis tacos de suadero sobre el techo del coche, para facilitar la maniobra de cerrar la puerta del automóvil que la compañía me dio como parte de mis prestaciones. No bien había cerrado el auto, se acercó a mí un chavo que no parecía del barrio, pero que tenía cara de buena persona. Me preguntó la hora. Cuando retiré la manga de la chaqueta para ver el reloj, sentí cómo una pistola me golpeaba las costillas. Abre la puerta y súbete atrás, cabrón, órale, me gritó el que llevaba el arma. Abrí la puerta y se subió conmigo en la parte trasera. El que me preguntó por la hora se sentó en el volante y puso en marcha el coche. Supongo que esto es un atraco, pregunté. Cállate cabrón, me gritó casi en la oreja el que llevaba el arma, y saca la lana. Si me permites, tu pistola me viene presionando la chaqueta y es imposible que saque la billetera, además, no pienso saltar por la ventana. Movió el arma y eso me tranquilizó. El que conducía le aconsejó al de la pistola que no me permitiera ver su rostro, porque él no estaba fichado y yo podría denunciarle. No te preocupes, aclaré, es un desmadre ir a hacer una denuncia, nunca te resuelven nada y siempre te sacan lana. Mientras le decía eso, pude ver que un auto de la policía se detenía a menos de quinientos metros de nosotros sin que los jóvenes asaltantes se dieran cuenta de ello; así que le sugerí al conductor que girara al lado contrario de donde pensaba hacerlo. A la derecha, carnal, allá está parado un auto de la policía. El del arma lo corroboró y aceptó mi propuesta. A la derecha, ñero, ahí está la tira. No hay pedo, le dije, ve despacio y gira otra vez a la derecha, yo vivo aquí, así que sé por dónde huir. El conductor siguió mis instrucciones hasta que se sintió a salvo. De qué va esto, pregunté, me van a robar sólo la lana, o también el coche, o me van a secuestrar, porque si no me van a secuestrar, podrían bajarme aquí, hoy nació mi hijo y me gustaría cenar tranquilo en casa los tacos. Queremos el coche para hacer unas ondas, respondió el chavo que conducía. Qué clase de ondas, insistí, buenas o malas, porque si sólo quieren el auto para irse de pedos, mañana me llaman o pasado mañana y yo voy por él, pero si lo quieren para algún tipo de fechoría, tendré que denunciar el robo, pero no se preocupen, diré que los ladrones eran rubios y altos, tipo nórdico. Pos sí, denúncialo, dijo el de la pistola, ya con ella en el bolsillo de su chaqueta, porque sí vamos a hacer una onda choncha. ¡Puta!, exclamé, ¿no podrán hacerla mañana después de las doce?, supliqué, así duermo un poco, llamo al trabajo para avisar que no voy a ir porque me robaron el auto y tendré que pasar toda la mañana en la delegación haciendo trámites…De paso me ahorro los puros, que de cualquier forma ya no podré comprar, sin dinero cómo. Qué tal si nos tomamos unas chelas para celebrar que nació tu chavo, dijo el conductor, total, tú pagas. Todos reímos. Paramos en una cantina a cinco calles de mi casa, estuvimos horas brindado por al nacimiento y departiendo aventuras de ladrones y asaltados. Cuando ya ninguno de los tres podía tenerse en pie, nos despedimos, me dieron un poco de dinero del que me habían quitado. Para que tomes un taxi, me dijeron, no te vayan a asaltar. Por enésima vez todos reímos. Prometieron también cometer la onda choncha después de las doce, para que no tuviera que ir esa misma noche a hacer todos los trámites burocráticos en la delegación, ya que por llevar aliento alcohólico me podrían arrestar, todos reímos de nuevo. Los tacos, los comimos en la cantina.

Mientras caminaba de regreso a casa, la patrulla a la que horas antes había visto, me detuvo. A dónde, pinche borracho, me dijo uno de los policías. Deberían estar cuando se les necesita, les dije con rabia y arrastrando las palabras. Cállese, pinche borracho y váyase a su casa a dormir el pedo. Voy a dormir con tu puta madre, dije con más furia. El policía bajó del auto y… Lo último que recuerdo fue un macanazo en la cabeza. Me detuvieron por: alteración en vía publica y desacato a la autoridad.

No puedo hacer ni una llamada y nadie me cree que me robaron el auto, sólo espero que cuando al niño le haga digestión la torta alguien me extrañe y me venga a sacar de aquí.